¿Qué significa leer y escribir?
Francisco Cajiao
Una reflexión
inicial
Hace poco, en un encuentro de maestros escuche una
anécdota muy divertida que me ha puesto a pensar en los muchos años que he
dedicado a la educación.
Me decía mi interlocutor que en una universidad muy
prestigiosa se programó una conferencia magistral de un experto en
neurociencias y desarrollo del aprendizaje. Puntualmente se presentó el
profesor ante un muy nutrido público de académicos y estudiantes y comenzó
diciendo con gran certeza que en los últimos tres años había enseñado a hablar
a su perro. Después de un silencio expectante, añadió: también le enseñe a
hablar en inglés. El silencio y las miradas de intriga entre los asistentes se
repitieron. De inmediato, antes de que nadie dijera nada, se adelantó a decir
que además tenía el perro allí mismo y que si querían verlo. Ante los gestos de
afirmación de algunos asistentes fue el vestíbulo del auditorio y trajo un
perrito blanco muy bonito, lo puso sobre la mesa del escenario y esperó.
Naturalmente el perro se contentó con estar allí. Finalmente, alguien se
atrevió a decir: ¿no dijo que el perro hablaba? El catedrático, entonces, dijo:
“Les he dicho que en los últimos tres años le he enseñado a hablar, pero nunca
dije que hubiera aprendido”.
Creo que la anécdota es
más que suficiente. Durante años enseñamos a los niños muchas cosas. Entre
otras, y quizá la mas importante, le dedicamos mucho tiempo a enseñar a leer,
pero las pruebas y evaluaciones nacionales e internacionales muestran que no
han aprendido. A muchísimos ni siquiera les gusta. Aunque tal vez lo que les
molesta es la idea de leer como leemos los adultos, porque la verdad es que
desde muy pequeños, desde que nacen, están leyendo miles de cosas que si les
gustan.
De cualquier manera, lo
importante es explorar de qué manera pasamos del lado del enseñar cosas a la
orilla del cómo se aprenden, incluyendo la habilidad de leer.
Ojalá estas páginas
contribuyan a una reflexión sencilla sobre la experiencia cotidiana de los
habitantes de un planeta en el que las palabras siempre van por delante de las
cosas.
Tal vez no haya mejor
definición de lo que significa leer que el esfuerzo permanente por resolver
acertijos o, mejor todavía, develar misterios.
Un texto escrito, un
mapa, una baraja de naipes o un gráfico estadístico comienzan a significar algo
cuando disponemos de una clave que nos permite descifrarlos para descubrir lo
que nos quieren decir.
La gente acude a los
adivinos que saben leer las líneas de la mano. Los astrónomos leen las
estrellas. Los ingenieros constructores leen los planos que han diseñado otros.
Los músicos leen partituras. Los niños pequeños leen los gestos que hacen sus
padres.
La vida entera de un
ser humano depende de su capacidad de leer todos los signos que le permiten
saber quién es, cómo lo ven los demás, lo que necesita, los peligros que lo
amenazan, lo que piensan los demás, la forma como deben proceder en cada
situación. Para desplazarse por una ciudad es necesario estar leyendo todo el
tiempo mapas, placa con el nombre de las calles, letreros que anuncian el
nombre de negocios y restaurantes. Cuando dos personas se encuentran tienen que
leer lo que cada uno dice, la forma como lo dice, la expresión del cuerpo de
quien habla, el tono de voz, el acento particular de su vocalización.
Saber leer, entonces,
no es solamente un ejercicio de asignar sonidos a unas letras para armar
palabras que luego estructuran frases. Esta es solo una clave inicial que abre
una rendija al inmenso horizonte de posibilidades que se esconden detrás del
garabateo en líneas más o menos regulares sobre una hoja de papel.
Leer es un ejercicio
continuo. En muchos casos se aprende de manera espontánea, porque desde el
nacimiento se está en contacto con signos que aprendemos a descifrar de la mano
de los padres, los hermanos y los parientes. Pero hay otros signos más
difíciles de comprender para descifrar lo que contienen los múltiples lenguajes
que usamos los seres humanos.
Hace falta un proceso bastante complicado para
diferenciar las letras del abecedario y aprender a combinarlas hasta que
adquieren el poder mágico de las palabras. Y luego se debe aprender a combinar
palabras que logran significados múltiples dependiendo de cómo estén ordenadas,
del contexto en el que aparecen, a veces del tamaño, el color o la forma que
tengan, de la época en que fueron escritas, del papel que las soporta…
Para todo esto hay claves que deben aprenderse,
mecanismos que ayudan a descifrar sus contenidos ocultos, preguntas que se
deben hacer a esos textos que siempre tratan de ocultar su verdadero
significado o su intención más profunda.
Leer es, entonces,
la capacidad de descubrir significados escondidos y, por tanto, quien sabe leer
de verdad tiene la posibilidad de ver muchas más cosas en el mundo que aquel
que no domina esta habilidad.
La lectura es una forma de conocer lo que nos rodea,
más allá de lo que puede apreciarse a simple vista. Se puede, a través de ella,
penetrar en lo que otros seres humanos saben y piensan, sin importar si están
vivos, si están presentes, si pertenecen a nuestra misma cultura o si dejaron
su rastro hace miles de años.
Por eso, la lectura es el vehículo esencial de toda
construcción humana, en tanto que permite no solamente comunicarse con otros,
sino apropiarse de otras experiencias y comprender lo que otros comprendieron
en su momento y en sus circunstancias particulares. De esta manera, cada
persona que sabe leer puede explorar los aspectos mas insospechados de la
historia del mundo y de la humanidad, y también puede hacerlo dentro de sí
misma todos sus propios misterios y dar inicio a la construcción de nuevos
mundos interiores.
Ahora bien, el problema es cómo se enseña a leer. Cómo
se aprende a leer. Qué significa aprender esta mágica habilidad que nos hace
tan diferentes de otras especies y que nos diferencia también como individuos.
Tal vez lo mejor sería no enseñar, para que no nos
ocurra lo mismo que al perro del amigo de mi amigo. ¿Qué tal si tomáramos un
libro y le sugiriéramos a un grupo de niños que se trata de un objeto mágico,
lleno de misterios por descubrir, pero capaz de darnos las respuestas si
sabemos conversar con él? ¿Qué tal si con este preámbulo dejáramos que lo
miraran, lo tocaran, pasarán sus páginas y luego comenzaran a hacerle
preguntas? ¿Qué preguntarían?
Seguramente querrían saber qué dice -porque los libros
hablan-, para algunos sería importante saber quién lo escribió o quién hizo las
ilustraciones, y a lo mejor algún pequeño más agudo querrá saber por qué hay
algunas letras más grandes que están en otro color, y luego habrá quienes
directamente se ocupen de elementos de la historia que trata el libro… Cada
pregunta abre una clave de lectura diferente, aunque todavía los niños no
conozcan el abecedario. Pero ya han iniciado un diálogo con su libro, ya
querrán las respuestas, ya están preocupados por la historia… esto, desde
luego, es muy diferente a descifrar la eme con la a, que suena “ma”.
Ministerio de Educación Nacional (PNLE)
Ministerio de Educación Nacional (PNLE)